CARTA DE LECTORES EN "LA NACION" . 1-3-2001
Señor Director:
"Con gran interés leí la carta fechada el 11
de febrero de la señora Alicia T. de Ezegelyan sobre madame Carrel, esposa del
célebre doctor Alexis Carrel, y a propósito, quisiera agregar unas líneas sobre
mi propia experiencia.
"Tuve el privilegio de conocerla
accidentalmente y de entablar con ella una brevísima amistad que fue para mí de
un perdurable valor. Como bien dice la señora Ezegelyan, a comienzos de los
años 60, madame Carrel vivía en La Cumbrecita, Córdoba, adonde, ya viuda, había
llegado poco tiempo después de la guerra. Recuerdo que tuvo la gentileza de
invitarme a compartir su mesa en la hostería. Yo era entonces muy joven
"allá lejos y hace tiempo" y ella, esa misma noche celebraba sus
gloriosos 80 años. Figurando con su nombre de soltera, quiso seguramente
resguardar su privacidad.
"Hacía largas caminatas apoyada en su bastón
en compañía de varios perros amigos, esparciendo por doquier todas las migajas
sobrantes del pan para regocijo de los pájaros. Su espaciosa habitación estaba
colmada de libros, viejas fotografías, además de un tocadiscos Winco para escuchar la música que tanto
amaba.
"Supe que había estudiado en la Universidad de
París como alumna de Joliot y de la hija de Pierre y la célebre madame Curie.
Como consecuencia de sus investigaciones poseía un extraño aparato que contenía
en pequeñas porciones todos los minerales del cuerpo humano. Con la sola
aplicación de la mano en un extremo del mismo, un pequeño péndulo imantado en
radium empezaba a girar, marcando en espacios numerados el contenido de cada
mineral en la sangre. Fue así como me hizo un análisis completo en un lapso muy
breve. Asombrada, en mi total ignorancia, le pregunté por qué no se aplicaba
ese mismo sistema en lugar de extraer sangre para los análisis habituales. Me
contestó con gran dulzura y cierta ironía algo que siempre recuerdo: "¿No
sabía usted que la farmacopea es una industria tan poderosa como la
guerra...?". Años después me enteré por La Nación de que madame
Carrel había muerto.
"Me pregunto a veces, no sin cierta
melancolía, ¿qué habrá sido de su pequeño y misterioso "laboratorio"
y de su mensaje y sabiduría?"
María Castellano Fotheringham
Marcelo T. de Alvear 1404, Capital
Marcelo T. de Alvear 1404, Capital