De las mesas parlantes a la macro-PK. Juan Gimeno – 2009
Introducción
El estudio de los fenómenos paranormales ha debido atravesar la trascendente barrera que va de la simple observación de hechos particulares a una etapa superior, en que se intente reproducirlos de manera controlada, para operar voluntariamente sobre su génesis y desarrollo. Ese momento puede ubicarse aproximadamente hacia la segunda mitad del siglo XIX, cuando un entusiasta grupo de científicos decidió distraer sus tareas habituales para investigar a una serie de personas, llamadas mediums a falta de mejor denominación, que se destacaban del resto solamente por producir fenómenos que desafiaban las leyes físicas conocidas, y que ponían en duda el ideal mecanicista establecido. El primer objetivo cumplido fue la certificación estricta de los hechos observados en condiciones experimentales inapelables, aunque quedó como asignatura pendiente el segundo y definitivo, que era la dilucidación de las causas intervinientes y su origen último. Se pueden citar las palabras de Richet (Richet, 1923) que expresan magistralmente el momento: “No poseemos todavía ninguna hipótesis seria que podamos presentar. En definitiva, creo en la hipótesis desconocida, que será la de lo porvenir; hipótesis que no puedo formular porque no la conozco” (Pag. 719).
Dentro de los llamados fenómenos de efectos físicos, fueron publicados excepcionales trabajos describiendo minuciosamente sobre todo materializaciones y movimiento de objetos a distancia. Toda una generación de mediums se ofreció, aunque no siempre desinteresadamente, a ser investigada, sufriendo grandes molestias para garantizar los mejores controles posibles que eliminaran cualquier posibilidad de fraude. Por otra parte, importantes científicos invirtieron sus mejores esfuerzos de imaginación para encuadrar hechos tan aberrantes dentro de condiciones de laboratorio; también debieron apelar a su valentía para enfrentar el prurito que producían sus informes, en una comunidad no demasiado dispuesta a abrirse a cambios tan espectaculares. Este encuentro entre mediums y científicos puede calificarse de histórico ya que produjo, con el nombre de metapsíquica, el primer centro de equilibrio dentro del cual se pudieron verificar experimentalmente una serie de anomalías, que venían desvelando al hombre desde el comienzo mismo de su aparición sobre la Tierra.
Las conclusiones de estos trabajos eran optimistas en cuanto a una rápida, aunque traumática, aceptación por parte del resto de los científicos. Se consideraba que el camino elegido para su abordaje era el adecuado, y se hablaba de años (o a lo sumo de décadas entre los más prudentes) para una resolución de las principales incógnitas. Sin embargo, dentro del mismo seno que había servido para catapultar a la metapsíquica, anidaba el germen que a la postre la llevaría a su caída; los médiums eran la materia prima imprescindible para avanzar, y a partir del siglo XX su número, que siempre había sido exiguo aunque suficiente, comenzó a declinar hasta desaparecer casi por completo. De esta forma fue imposible replicar trabajos anteriores y se llegó a un callejón sin salida que requería una nueva dirección para salvar la crisis.
Esta llegó de la mano de J. B. Rhine (Rhine, 1965) que propuso reformas revolucionarias: para resolver la dependencia asfixiante de los mediums postuló que se estaba ante una capacidad universal que podía encontrarse en cualquier persona; así, dentro de una hipotética curva de distribución normal de psi, los médiums del pasado estarían en uno de los extremos de la abscisa, casi como excepciones al resto de la población. Se crearon entonces nuevos diseños experimentales adaptados para cualquiera que estuviera dispuesto a colaborar; los éxitos, si bien al principio tardaron en aparecer, luego se incrementaron geométricamente, formando una extensa y sólida base de datos. A los primeros ensayos con cartas Zener y dados, se agregaron innumerables diseños destinados a facilitar la aparición de psi, mediante la manipulación de variables físicas, psicológicas o ambientales. Se consiguieron importantes descubrimientos, como las evidencias indirectas (efectos de desplazamiento, declinación o emergencia), el efecto oveja-cabra o el efecto del experimentador. La mejora sucesiva en las condiciones de trabajo, sobre todo intentando operar sobre la motivación y los intereses de los sujetos, permitieron grandes logros, como fueron los reportes de visión remota, los experimentos sobre telepatía en sueños y sobre todo, en los últimos años, el desarrollo de la técnica Ganzfeld como favorecedora de estados psi-conductivos; también deben mencionarse, dentro de la esfera de la psicokinesis, los trabajos para influir sobre generadores de números aleatorios, desde Helmud Schmidt hasta los esfuerzos de Robert Jahm y su equipo en la Universidad de Princeton.
Todos estos hitos, conseguidos desde la fundación del Laboratorio de Parapsicología de la Universidad de Duke hasta nuestros días, pueden entenderse como el establecimiento de un nuevo paradigma, que prosperó bajo el nombre de parapsicología, como respuesta necesaria a las dificultades insalvables del anterior. Sin embargo, surgieron dificultades relacionadas con la implementación de las nuevas hipótesis, que los referentes más lúcidos han sabido subrayar anticipadamente. La primera limitación evidente fue cambiar los fenómenos de gran magnitud observados durante la era metapsíquica, por otros de tan poca intensidad que se requirieron de métodos estadísticos muy sofisticados, para poder detectar algún comportamiento que se alejara de lo esperable por el azar. Este fue un cambio obligado, ya que al utilizar personas comunes en los experimentos, se sobreentendió que ellas no estarían en condiciones de lograr más que esos exiguos resultados.
La concesión pareció justificada en un principio, ya que se esperaba lograr diseños experimentales que fueran aplicables a cualquier sujeto y por cualquier investigador. Sin embargo, y quizá exceptuando la esperanza sostenida con el Ganzfeld, no se ha podido repetir de manera fidedigna un experimento. Gertrude Schmeidler (Schmeidler, 1997) lo resume cuando dice: “Se han hallado factores que incrementan (o disminuyen) el éxito paranormal, pero cualquiera de ellos, aun cuando la mayoría de nosotros intentara ayudar (o impedir) psi, podría tener el efecto contrario en otros” (Pag. 16). Estas dificultades también ponen en primer plano el fantasma del fraude, ya que cualquier experimentador, a diferencia de lo que ocurre en otras ciencias, podría atribuirse determinados resultados sin esperar réplicas confirmatorias.
Si bien es posible que en el futuro estas y otras dificultades sean subsanadas, la más grave consecuencia ha sido un encierro casi obsesivo en los laboratorios; y, ya dentro de ellos, un rechazo al estudio de cualquier fenómeno ostensible, de los escasos que pueden encontrarse hoy en día. Aunque siempre es esperable que los científicos se aferren a fórmulas exitosas, desechando otras menos conocidas y en consecuencia de mayor incertidumbre, la exacerbación de esta tendencia posterga peligrosamente el abordaje de la problemática desde enfoques pluralísticos y convergentes, imprescindibles en un campo tan controversial. En este trabajo se intentará mostrar uno de esos caminos, actualmente casi intransitado pero de grandes perspectivas y riquezas. Es, casi con seguridad, el único fenómeno ostensible que, bajo determinadas condiciones, puede ser repetido a voluntad por cualquier persona sin requerir ninguna habilidad especial. Reportado desde la antigüedad de manera confusa, hacia 1850 tuvo su explosión conocido en los ambientes espiritistas como table-turning, table-tilting o table-lifting en inglés; o tables tournantes en francés, que en castellano se acostumbra a traducir como mesas parlantes o mesas giratorias y modernamente es incluido entre los fenómenos de macro-PK.
Su descripción general no llevará más que unos pocos párrafos, aunque la discusión de cada una de sus características y sus reales implicancias podría ocupar gruesos volúmenes. Un grupo de personas, habitualmente amigos, deciden sentarse alrededor de una mesa para intentar producir con ella movimientos anómalos, que otros han descripto de manera espectacular en los libros clásicos. Siempre es la misma consigna la que los anima y no se la debe olvidar: “Si otros pudieron, ¿por qué no podremos también nosotros?”. Después de un tiempo variable con encuentros periódicos, en los que se han puesto a prueba diversos rituales o fórmulas que se promueven como imprescindibles, comienza a producirse una serie de fenómenos de menor a mayor intensidad, respondiendo a un determinado patrón de ocurrencia. Generalmente se escuchan algunos crujidos o se detectan desplazamientos casi imperceptibles de la mesa, que suelen relacionarse con causas naturales fortuitas; pero poco a poco los crujidos se transforman en golpes de variada característica e intensidad, que también pueden escucharse en diversos lugares de la habitación. De igual manera, los desplazamientos se complejizan y se producen notables inclinaciones y verdaderos paseos, que obligan a los asistentes a sostenidos esfuerzos para no perder su lugar junto a la mesa. A partir de ese momento la mesa se comporta como animada por alguna fuerza invisible e inteligente, y suelen acordarse códigos de golpes o movimientos para “conversar” con ella. Posteriormente pueden conseguirse fenómenos aún de mayor envergadura, como la levitación completa de la mesa a suficiente altura del piso como para ser observada por todos los presentes. Eventualmente se han reportado fenómenos de clarividencia, fenómenos lumínicos, tocamientos -entendiendo la sensación de dedos invisibles apoyándose en alguna parte del cuerpo-, brisas, movimientos de diversos objetos más grandes o más pequeños que la mesa o la aparición de “aportes”, entre otros.
No todos los grupos han tenido la misma suerte. Unos abandonaron los encuentros después de semanas o meses de reunirse infructuosamente, mientras que otros lograron progresar hasta distintos estadios intermedios; finalmente, algunos lograron reproducir los fenómenos mayores en las mejores condiciones. Unos creyeron ver a seres desencarnados operando y otros se inclinaron a imaginar fuerzas desconocidas relacionadas con uno, varios o todos los presentes. Los más religiosos crearon dogmas, mientras que los más racionales prefirieron entender los hechos desde la ciencia natural, tratando de dilucidar causas y producir los mejores y más despojados informes. Los investigadores que temían caer en el ridículo o perder posiciones de privilegio en la sociedad, prefirieron hacer circular versiones orales de lo vivido; en muchos casos sólo sirvieron para que el tiempo fuera tergiversando los hechos, y llenando de confusión e incertidumbre a otros dispuestos a trabajar valientemente.
Sobre todo desde 1930, por las razones apuntadas más arriba, la comunidad parapsicológica ha prestado poca atención a este tipo de prácticas. Por eso en este trabajo se quiere hacer un prolijo recuento de los antecedentes, para subrayar el valor de los hechos registrados, la calidad de las personas involucradas en ellos y la importancia que tendría en la actualidad poder desarrollar una metodología moderna que los contuviera.
La parapsicología ha debido postergar el estudio de los grandes fenómenos a cambio de una repetibilidad nunca alcanzada. Como en el cuento clásico que disfrutan los niños, se ha matado a la gallina de los huevos de oro para conocer sus secretos, y a cambio han quedado muy pocos beneficios. Un regreso aún posible al mundo de las mesas parlantes permitiría recuperar la esencia que llevó a los pioneros a interesarse por estos enigmas, sin postergar el esencial postulado de Rhine de que psi duerme en cualquier individuo y sólo debe conocerse la fórmula apropiada para despertarlo.
Antecedentes
“Mesas de tres patas estaba construyendo para disponerlas en torno a su bien construida sala. Les había puesto ruedas de oro forjado, para que pudiesen acudir por si mismas al banquete de los dioses, a su voluntad, y volver luego, dejando perplejo a todo el mundo” (Libro 18, pasaje 373-377). Algunos creen ver en este pasaje de La Ilíada (Homero, 1959) la más antigua referencia al tema que nos toca, aunque también se la suele citar (Popper y Eccles, 1993) como la primera idea del hombre para construir robots. Otros prefieren retroceder sólo hasta Tertuliano (155 d.c.-240 d.c.), el gran doctor de la iglesia católica, o hasta el historiador romano Ammianus Marcellinus (325 d.c.-391 d.c.), ambos citando mesas proféticas (Mensa divinatoriae) a las que se accedía luego de cumplir determinadas fórmulas secretas (Carew-Gibson). También William F. Barret (Barret, 1918) encontró referencias, en un libro de Zebi de 1615, al uso de las mesas por parte de la religión judía: “Si nosotros cantamos a la mesa salmos sagrados y canciones, entonces ella no puede ser un instrumento del Demonio porque es a Dios a quien recordamos”. Lo cierto es que todas estas citas, y otras por el estilo, sólo sirven como pinceladas anecdóticas pertenecientes a lo que se podría denominar la etapa precientífica; mucho deberían trabajar los historiadores para poder explicar el auténtico sentido de estas frases, ambiguas y alejadas de su contexto.
1850-1930: El entusiasmo
El verdadero punto inicial debería ubicarse a mediados del siglo XIX, cuando se produjo en América y Europa una epidemia de mesas parlantes. Moda primero en los salones y luego la base de una nueva doctrina llamada espiritismo, cuyos dogmas fueron codificados por Allan Kardec (Kardec, 1989), quien priorizó los contenidos de los mensajes atribuyéndolos a personas fallecidas que se comunicaban a través de las mesas. Otros, sin descartar la hipótesis espírita o incluso adhiriendo a ella, notaron que las respuestas difícilmente superaban el nivel de información de los presentes, por lo que consideraron que el problema era de mayor complejidad; así surgieron los primeros informes de quienes decidieron repetir el fenómeno bajo las mejores condiciones.
Una primera distinción es la que surge de diferenciar el trabajo con sujetos especiales, generalmente profesionales, como Daniel D. Home (Crookes, 1871) o Eusapia Palladino (Feilding, Baggally y Carrington, 1909), que desarrollaban sin ninguna colaboración diversos fenómenos de efectos físicos, utilizando entre otros elementos alguna mesa como objeto a ser movido; en cambio, cuando se habla de mesas parlantes habrá que entender la reunión de grupos informales (sitter-group) voluntarios, que se encuentran en medio de un clima de afectuosidad y de profundo interés. En estos grupos el rol del médium es más difuso, ya que suele adjudicársele a algún miembro por el solo hecho de haber estado presente en otros grupos exitosos, o por relatar fenómenos espontáneos propios. Otras veces, el médium se designa después de varias sesiones, por correspondencia ingenua entre las asistencias de los miembros y los fenómenos conseguidos, aunque no pueda producir, ni antes ni después de las reuniones, ningún otro fenómeno paranormal.
Alrededor de 1850 en EE.UU., Robert Hare, profesor de Química en la Universidad de Pensilvania, tenaz incrédulo al principio y fervoroso defensor después, fue casi con seguridad quien primero formó un grupo al que le aplicó una serie de instrumentos de medición, como balanzas que podían medir la fuerza de las manos aplicadas a la mesa, para determinar “si las manifestaciones atribuidas a los espíritus pueden producirse sin ayuda de los mortales” (Hare, 1856), descubriendo que se desarrollaban fuerzas mecánicas que movían la mesa y que no provenían de los presentes.
Del otro lado del mar, en Valleyres (Suiza) y contemporáneamente a Hare, se hacían descubrimientos similares. Agenor Étienne de Gasparín (Gasparín, 1854) instala en su propio domicilio un laboratorio y reúne un grupo de 10 a 12 personas, eligiendo a los médiums entre sus amigos para evitar sospechas; con buena luz apoyaban las palmas de sus manos sobre la mesa, uniendo los dedos meñique de cada uno con los de su vecino (cadena cerrada) para controlar los movimientos involuntarios. Durante tres meses y en más de 30 sesiones pudo constatar que, generalmente a los pocos minutos, una mesa de 90 Kg. comenzaba a moverse según las órdenes de los presentes, en algunos casos con el agregado de pesos adicionales. También descubrió que determinadas personas inhibían el fenómeno y que había un estado psíquico jovial y despreocupado que lo favorecía; en relación a las causas productoras, a diferencia de Hare, arriesga sobre la existencia de un “fluido psíquico”, que los propios asistentes despliegan mediante un acto de voluntad consciente.
La ciencia oficial ignoró los descubrimientos de Gasparín y Hare, atribuyéndolos enteramente a causas conocidas. Tal vez la única excepción haya sido Marc Thury, profesor en la Academia de Ginebra, que había participado en algunas de las reuniones de Velleyres. Educado en la ortodoxia experimental, formó un grupo propio enrolando a los miembros de entre personas de su confianza, pero extremó los cuidados para evitar cualquier posibilidad de fraude, diseñando dispositivos y aparatos especiales; esto le permitió confirmar los informes de Chevreul (Chevreul, 1982) y otros en la Academia de París sobre la existencia de movimientos musculares involuntarios, pero también pudo reproducir fenómenos imposibles de asignar a ninguna fuerza conocida. Si bien no se pronunció sobre la cuestión de si los muertos podían comunicarse a través de las mesas, hizo un aporte fundamental en relación a la psicología de los asistentes: a diferencia de Gasparín, atribuyó los fenómenos a los deseos inconscientes, ya que pudo observar en muchos casos que la mesa parecía generar una voluntad independiente y contraria a la del grupo. También pudo presenciar fenómenos de tipo poltergeist entre sesiones, que lo conmovieron especialmente. Este descubrimiento debe valorarse en toda su magnitud, sobre todo si tenemos en cuenta que aún faltaban 50 años para que Freud proclamara el descubrimiento del Inconsciente.
Unos años más tarde se produjeron nuevos informes desde la Europa Noroccidental. En Inglaterra, el famoso naturalista Alfred R. Wallace dio a conocer algunas investigaciones personales. En el verano de 1865 formó un pequeño grupo junto con un amigo y tres familiares; sentándose a plena luz del día alrededor de una mesa grande de comedor, consiguieron movimientos y ruidos diversos que se incrementaban con el tiempo. En una sesión fue retirando alternativamente del círculo a cada uno de los integrantes, certificando que el fenómeno seguía produciéndose cualquiera que fuera el ausente; después, en forma sucesiva, fue retirando uno a uno hasta quedar sólo él en la mesa, notando una reducción progresiva de golpes y movimientos, hasta desaparecer casi por completo. De estos ensayos dedujo que existía una fuerza desconocida, emanada de las personas que se colocan en condiciones convenientes.
En 1866, tratando de reproducir los maravillosos fenómenos de una médium profesional, la señorita Marshall de Londres, forma un nuevo grupo logrando la colaboración de una persona cercana “que tenía, entre otras, la facultad de producir golpes”; al poco rato de comenzar se oían ruidos que cambiaban de tono e intensidad, acompañando en muchos casos los ritmos y melodías comenzadas a tocar por los presentes sobre la mesa. Otros hechos notables observados fueron la levitación total de la mesa durante 20 segundos, el desplazamiento sin contacto de pequeños muebles y el tañido de una copa y un arpa puestos deliberadamente para tal fin. Wallace culmina su escrito con esta frase: “Ningún hombre, cualquiera que sea su ilustración, puede creer que tiene un conocimiento tan exacto de las fuerzas de la naturaleza, que justifique la conducta que observa, llamando imposibles a los hechos que multitud de personas y yo hemos presenciado repetidas veces” (Pag. 159 ).
Hacia 1876, muy cerca de allí, en Kingstone (Irlanda), William E. Barret, el que más tarde sería uno de los fundadores de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Londres, tuvo oportunidad de investigar un grupo (Barret, 1918) que funcionaba muy cerca de su casa; la médium, Florie C. de 10 años, era la hija menor de la familia; a plena luz del día, las sesiones comenzaban con ruidos que trabajosamente podían localizarse no sólo en la mesa sino en diversas partes de la habitación, que se incrementaban cuando se entonaban alegres canciones. También pudo presenciar inclinaciones y movimientos inteligentes de la mesa y hasta alguna levitación sin contacto que la calificó de irrefutable; quizá el mayor aporte de Barret fue que haya podido constatar que algunos de los fenómenos podían producirse sin la presencia de la pequeña médium.
Todos estos informes, con la probidad de sus autores y la espectacularidad de los contenidos, cayeron como una bomba sobre el siglo XX. Así surgió con incontenible impulso la idea del círculo íntimo como lugar de desarrollo de estos grandes fenómenos; espiritistas o no, escépticos o creyentes, muchos quisieron repetir lo leído, imitando sus fórmulas con mayor o menor suerte. El caso de la investigación llevada a cabo por William J. Crawford (Crawford, 1916, 1919, 1975) desde 1914 hasta 1920 es heterodoxa, ya que si bien pudo integrarse en un círculo familiar con las características de intimidad y entusiasmo requeridos, uno de sus miembros, Kathleen Goligher, poseía dotes excepcionales que la ponían a la altura de los grandes médiums de la época. De cualquier manera, el descubrimiento durante las sesiones de la pérdida de peso de todos los asistentes, y no sólo de la médium, le hizo reflexionar sobre la importancia de cada uno de los integrantes en la producción de los fenómenos.
1930-1960: El silencio
La irrupción en los años 30’ de una nueva dirección en la investigación psíquica inhibió el entusiasmo por la publicación de informes, tanto de parte de sus responsables como de los editores de revistas especializadas. En unos casos las noticias corrieron de boca en boca, deformándose con cada nuevo relator según sus capacidades y deseos; y en otros a través de manuscritos de circulación privada, algunos de los cuales sólo fueron impresos en versiones abreviadas muchas décadas después, cuando la esterilización que produce el tiempo o la autoridad lograda por los autores lo permitió. Tal es el caso de Jule Eisenbud (Pilkington, 1987) que por 1933 integró dos grupos de amigos, obteniendo resultados en ambos; en uno de ellos “los encuentros semanales finalizaron después de una sesión en la que la mesa, poseída por una fuerza furiosa, se lanzó sobre nosotros, nos obligó a salir de la habitación y terminó en la calle frente a los curiosos y asustados peatones que pasaban” (Pag. 12). Sólo después de 54 años de los hechos, el autor pudo escribirlos brevemente, casi como un desliz de juventud.
También Montagne Ullman, en el mismo año pero en Nueva York, vivió junto a cinco amigos una experiencia similar que lo marcaría para siempre; durante un año y medio se reunieron los sábados por la noche, logrando desde tímidos golpes iniciales hasta levitaciones totales. Además produjeron diversas formas de fotografías psíquicas, escritura directa y materializaciones; años después, en 1966, 1969 y 1971 se reunieron nuevamente, pero no pudieron repetir los fenómenos: la vieja magia se había retirado para siempre. Ullman fue aún más duro de doblegar que Eisenbud, ya que debieron pasar 60 años para que el mundo pudiera conocer “su secreto” (Ullman, 1993, 1994a, 1994b, 1995), aunque a cambio fue brindado con mayor generosidad y entrega.
Silvio Ravaldini, en un reciente artículo (Ravaldini, 1995) también relata las experiencias vividas entre 1936 y 1952, ocurridas en su propia casa de un pequeño pueblo agrícola de Italia, con un grupo formado por familiares y vecinos con excelentes resultados, aunque debiendo sufrir la tenaz persecución religiosa y civil de una sociedad intolerante y autoritaria.
Seguramente Argentina puede reseñarse como un caso testigo. En las décadas del 40’ y 50’ surgieron importantes centros de discusión y experimentación que, paralelamente a la elaboración de metodologías convencionales, implementaron numerosos grupos para repetir el fenómeno de las mesas parlantes, siendo la ciudad de La Plata el lugar donde funcionaron dos de los más exitosos: uno dirigido por el prestigioso matemático Mischa Cotlar, del que no ha quedado ningún registro escrito, y el otro fundado por el físico y parapsicólogo José M. Feola. En 1949 Feola comenzó a reunir en su casa personas con una primera y original condición: todas debían ser universitarias para garantizar el nivel científico de lo que se realizara; después de un año de esfuerzos infructuosos, finalmente pudieron conseguir casi todos los fenómenos reportados en los viejos libros: golpes, movimientos de todo tipo en los que la mesa parecía revestirse de una personalidad propia y cambiante, hasta llegar a numerosas levitaciones totales. Los encuentros continuaron durante 6 años, produciendo la más impresionante serie de fenómenos intensos producidos en el país.
Importantes científicos del momento fueron miembros o invitados a los encuentros de La Plata, presenciando las mejores sesiones y hasta asesorando sobre las condiciones requeridas para la experimentación. También asistieron Orlando Canavesio (Canavesio, 1951) y J. Ricardo Musso (Musso, 1954), dos de los más importantes parapsicólogos argentinos; sin embargo, muy poco ha quedado, más allá de la imborrable huella dejada en cada uno de los testigos: un libro siempre a punto de publicarse (Feola, 1990a), un artículo inédito que no parece coincidir con las políticas editoriales de las revistas a las que fue ofrecido (Feola, 1990b) y sólo breves referencias en el número de la Revista Argentina de Psicología Paranormal en homenaje a J. R. Musso (Feola, 1994) haciendo alusión a su participación en los encuentros de La Plata. Precisamente Musso, prolífico escritor y apasionado del tema durante toda su vida, y sobre todo a partir de los hechos que presenció en La Plata, no ha publicado una sola línea al respecto; sólo queda un tardío testimonio de una conversación personal que Oscar González Quevedo tuvo con él en 1962 y que comentó informalmente en uno de sus libros (González Quevedo, 1978).
1960-1980: La esperanza
El subtítulo del artículo antes citado de Ravaldini (Ravaldini, 1995) adelanta un preciso diagnóstico de la situación: “Virtú private e pubblici vizi”. Sin embargo, a partir de los años 60’ surgieron hombres que intentaron quebrar ese destino de silencio y aclaraciones tardías. En 1966 el psicólogo Kenneth J. Batcheldor publicó un informe (Batcheldor, 1966) detallando las experiencias realizadas junto a dos amigos en su casa de Exeter (Inglaterra). En 200 encuentros semanales, pasaron por todas las etapas de cualquier grupo exitoso; luego de once reuniones sin resultados, comenzaron los primeros golpes y movimientos, que poco a poco se fueron incrementando en un claro proceso de construcción, hasta conseguir levitaciones totales (fueron contadas 84 en una sesión especialmente favorable); también informó de movimientos sin contacto, levitaciones con pesos suplementarios (en una oportunidad la mesa soportó una persona sentada sobre ella), movimientos de pequeños objetos, brisas y descensos de temperatura inexplicables. Si bien este informe sólo parece tener la originalidad de ser publicado a poco de concluir los trabajos, puede considerarse el punto inicial de descubrimientos trascendentes.
Batcheldor no se contentó con haber obtenido resultados empíricos positivos, sino que avanzó en la construcción de una teoría (Batcheldor, 1984) sobre la inducción de la PK en pequeños grupos; quizá su aporte fundamental haya sido postular que la macro-PK es una conducta humana universal, y que no es privativa de los grandes médiums sino que cualquier persona puede desarrollarla en condiciones favorables, dependiendo de la combinación de actitudes de serenidad, optimismo, interés, persistencia y solidaridad grupal. Por el contrario, serían factores negativos el escepticismo y la resistencia, a menudo inconsciente, a presenciar grandes fenómenos paranormales. Este sentimiento, que se manifiesta en muchas ocasiones como un temor irracional y por lo tanto incontrolable, es el mismo que describe Stephen E. Braude en un breve artículo (Braude, 1992), donde describe una experiencia personal con mesas parlantes, al comienzo de su carrera universitaria, que a la postre sería el desencadenante en su decisión de volcarse al estudio metódico de estos problemas. Batcheldor también consideró que algunos artificios, como los movimientos musculares involuntarios, pueden oficiar de disparadores de la credibilidad necesaria para inducir fenómenos verdaderos, sobre todo si el grupo trabaja en la oscuridad, condición que también colaboraría en la reducción de las resistencias.
La falta de iluminación adecuada y la convivencia, al menos al principio, con algunos artificios, hizo difícil la aceptación de esta propuesta por parte de los parapsicólogos más estrictos. Pero en su ayuda llegarían los trabajos del ingeniero Colin Brookes-Smith, quien formó varios grupos siguiendo las instrucciones de Batcheldor, logrando excelentes resultados (Brookes-Smith y Hunt, 1970); aunque tampoco se conformó con repetir resultados anteriores sino que hizo aportes originales y decisivos. Entre 1971 y 1972 diseñó un sistema de registro de información que utilizó en 57 sesiones (Brookes-Smith, 1973) llevadas a cabo en Daventry (Inglaterra); con un grabador de audio registró no sólo las voces y sonidos producidos durante la sesión, sino también diversas variables físicas, como la presión de las manos encima o debajo del tablero de la mesa, el peso ejercido por el tablero sobre las patas o el de las patas contra el piso, y el tiempo y altura de las levitaciones. Todos estos datos, verificados en instrumentos adosados a la mesa, eran convertidos a valores de audiofrecuencia, que también se registraban en la misma cinta de audio pero en bandas paralelas; finalmente podían traducirse a un registro gráfico y así lograr, con el agregado de la filmación de las sesiones con cámaras de luz infrarroja, controles inobjetables sin interferir en las mejores condiciones psicológicas necesarias para facilitar los fenómenos.
En la misma época surgieron en Norteamérica otros grupos que aplicaron, cada uno en su medida y con variantes propias, los aportes y descubrimientos ingleses. En 1961, el poeta y filósofo John G. Neihardt fundó el grupo SORRAT (Society for Research on Rapport and Telekinesis). En los primeros años consiguió focalizar la atención de los especialistas, debido a los fenómenos reportados (Richards, 1982) y a la amistad de Neihardt con J. B. Rhine, expresada en un intenso intercambio de información y sugerencias metodológicas; pero lamentablemente el entusiasmo decreció con la muerte de su fundador en 1973, y un posterior viraje hacia posiciones menos experimentales. Los esfuerzos de William E. Cox por producir pruebas cruciales, que fueran aceptadas por toda la comunidad parapsicológica, como la presentación realizada ante la convención de la Asociación Parapsicológica en 1983 con filmaciones de supuestos movimientos producidos por PK “bajo condiciones excepcionales de seguridad”, o los intentos de conocer por clarividencia el orden de cartas Zener dentro de mazos sellados (Cox, 1992), tuvieron resultados confusos o francamente desalentadores (Wiseman, Beloff y Morris, 1992).
Quizá el grupo más original y atrevido en sus hipótesis, y el menos difundido y criticado, sea el llamado “Philip”, fundado por Iris Owen (Owen y Sparrow, 1976) en la Sociedad de Investigaciones Psíquicas de Toronto (Canadá) en 1972. Partiendo de la premisa de lograr una alucinación como creación colectiva inventaron un fantasma al que llamaron precisamente Philip, creando libremente su biografía y hasta elaborando un retrato; sin antecedentes ni pretensiones psíquicas por parte de ninguno de los ocho miembros iniciales, se reunieron semanalmente practicando diversas técnicas de relajación y meditación. Luego de un año sin resultados, decidieron seguir las recomendaciones de Batcheldor, cambiando la atmósfera rígida por otra más distendida y amena, logrando rápidos e inesperados avances. En lugar de hacerse visible, Philip comenzó a producir golpes y movimientos en la mesa, por medio de los cuales reclamó un lugar en el grupo. Con buena iluminación y mediante un código convenido dictaba sus respuestas, que nunca pudieron superar el nivel de conocimiento de los presentes; luego de conseguir levitaciones totales, que Philip producía a pedido, este grupo, incomprensiblemente, se disolvió.
Para terminar, son oportunos los comentarios de D. Scott Rogo (Rogo, 1982) luego de relatar sus propias experiencias con mesas parlantes, llevadas a cabo junto a Raymond Bayless y otros amigos en 1969: “Aunque formaron una curiosa mezcla de éxito y fracaso, nuestras sesiones nos parecieron instructivas. Sirvieron para demostrar que las viejas doctrinas espiritistas -que la parapsicología actual ha arrinconado por completo a causa de su acantonamiento en el laboratorio- poseen un valor eficaz para el investigador psíquico. El hecho de que estos procedimientos provocaran efectos telecinéticos, no importantes pero evidentes, me inclina a creer también que los relatos de otros círculos familiares, en los que aparecen muestras extremadamente violentas de fenómenos físicos, no son del todo increíbles. Si nosotros conseguimos suscitar golpes, corrientes de aire y contactos físicos, otros habrán podido presenciar levitaciones, movimientos de objetos e incluso escuchar voces” (Pag. 110).
Discusión y propuesta
El espacio disponible no permite un análisis profundo de los antecedentes ni una discusión que lleve a conclusiones definitivas, las que deberán quedar pendientes para futuros emprendimientos. El objetivo de este trabajo es un llamado de atención hacia una de las actividades que mayores resultados ha proporcionado en el campo de los fenómenos de macro-PK; sin embargo, la dirección predominante en las últimas décadas la ha desplazado de su centro de interés en nombre de un modelo estadístico que ha fagocitado cualquier otra variante, negando el abordaje pluralístico de un problema tan profundo y desconcertante. De cualquier manera, las mesas parlantes han seguido produciendo novedades y mostrando un camino que muchos han sabido reconocer. El escaso interés mostrado en la asignación de recursos para la investigación y las políticas editoriales de las revistas especializadas no ha sido óbice para que los grupos, de una manera u otra, se hayan seguido formando. Sin duda la contundencia de los hechos registrados es un faro difícil de ignorar para quienes siguen insatisfechos sobre el destino final de la parapsicología.
Evidentemente la propuesta de Batcheldor, en el sentido de que la macro–PK es una capacidad humana universal y que es pasible de aprendizaje y desarrollo, debe considerarse un logro fundacional que clausura cualquier dependencia de personas especialmente dotadas. Este descubrimiento subyace desde los primeros informes, aunque sus autores no pudieron explicitarlo, seguramente atados a fuertes preconceptos de la época en que les tocó vivir. De otra forma no puede entenderse que mientras se postulaba que los mediums de efectos físicos eran tan excepcionales que su número respondía a la proporción de uno en millones, los que lograban resultados positivos declaraban encontrarlos siempre entre personas cercanas; también resulta significativo que muchas sesiones exitosas se hayan podido llevar a cabo estando ausentes dichos mediums.
La teoría de Batcheldor es compleja y tampoco puede dasarrollarse aquí en detalle; lamentablemente su fallecimiento en 1988 lo sorprendió sin haberle dado una formulación definitiva, tarea que aún espera su redactor. En este sentido debe valorarse el esfuerzo de Patric V. Giesler (Batcheldor y Giesler, 1994) en la recuperación y coordinación de gran cantidad de textos, muchos inéditos o de circulación privada. Igualmente lo publicado es una excepcional herramienta para todo aquel que decida abrirse paso en este campo; allí se caracteriza la macro–PK como un proceso dinámico de construcción, a llevar a cabo por cualquier grupo que haya basado su funcionamiento en conductas de cooperación y afecto entre los miembros. Con respecto a las condiciones psicológicas necesarias, que ya se han mencionado brevemente, son metas perfectamente accesibles; de hecho han sido logradas por todos los grupos exitosos del pasado, incluso sin conocerlas expresamente.
Con seguridad que no faltarán escollos que superar; un lúcido resumen de ellos puede conocerse a través de Julian Isaacs (Isaacs, 1984), un antiguo colaborador de Batcheldor que luego encaminó sus esfuerzos hacia el estudio de los dobladores de metales. Al ya mencionado problema de la imposibilidad de acceder a una teoría formalmente completa, deben agregarse las dificultades en la formación de los grupos y su persistencia en el tiempo. Teniendo en cuenta que el método no garantiza los resultados y éstos muchas veces suelen demorarse (“uno puede preparar la mejor trampa pero eso no significa que el conejo vaya a llegar pronto. Se debe ser paciente y esperar”, dice Batcheldor al respecto), deben esperarse inconvenientes lógicos en la interacción social y altibajos en el interés de los miembros, que deberán aprender a superarse. Isaacs también menciona la dificultad en la aceptación de los resultados por parte de la comunidad parapsicológica. En lo concerniente a que las condiciones de control no serían las mejores, la controversia parece superada después de los aportes antes mencionados de Brookes-Smith (Brookes-Smith, 1973). Con respecto a otras formas de rechazo menos académico, como la tendencia a minimizar los resultados obtenidos con reclamos irrelevantes, la falta de crítica acorde a los fenómenos reportados o el desinterés en producir réplicas independientes confirmatorias, seguramente todo esto sí deberá incluirse en la lista de los contratiempos a sufrir, al menos hasta que la objetividad científica que siempre se reclama a los escépticos, se practique también entre los parapsicólogos.
Mucho se ha especulado sobre el método ideal para la formación de los grupos, en definitiva la piedra fundamental del futuro éxito. En general, el investigador puede conseguir candidatos entre sus alumnos, familiares o amigos, o incluso solicitar la colaboración de personas interesadas a través de diarios y revistas. Desde aquí se quiere proponer, como idea final, un método distinto, no completamente original pero poco tenido en cuenta. Es la utilización del mismo grupo de trabajo que componen los parapsicólogos cuando se reúnen periódicamente en sus institutos para estudiar, discutir o experimentar. Partiendo del entusiasmo imprescindible en iniciar un proyecto de este tipo, bastaría con distraer dos horas semanales a las tareas habituales, utilizando los mismos días y lugares de reunión, para conseguir la continuidad suficiente que sugieren los que ya lograron resultados. De esta forma, un proyecto de inducción de macro-PK se agregaría automáticamente a los objetivos del instituto, y con suerte en pocos años se tendría una nueva y formidable fuente de evidencias para agregar a las conocidas; pero también se conseguiría la mejor materia prima para avanzar en la dilucidación de las causas productoras de la macro–PK y por ende de psi.
De conseguir los resultados esperados, la inversión de tiempo y dinero se justificaría plenamente; pero en el caso que la liebre finalmente no acudiera a la trampa, también se pueden contabilizar otros beneficios: pocas son las oportunidades que se presentan de formar parte de un grupo donde reine la amistad y el respeto durante períodos extensos de tiempo; esto ayudaría a generar mayor y mejor actividad profesional y también colaboraría en hacer más satisfactoria la vida personal de cada una de los miembros. Después de todo: ¡Cuántas veces se invierte más tiempo y dinero en experimentos ortodoxos, que a la postre tampoco dan los frutos esperados y ni siquiera se tiene un amigo con quien consolarse!
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