La casa de Frin - Pionero a domicilio - Juan Gimeno - 2006 - Parapsicología de Investigación

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Augusto Frin - Pionero de Domínico - Juan Gimeno - 2006

La casa de Frin

Cada historia tiene su geografía, su lugar donde transcurrir. La actividad de Augusto está fuertemente ligada al barrio de Villa Domínico, donde vivió más de 60 años. Pero la dirección exacta  hacia donde se apunta cuando se pregunta por el viejo yuyero, es la avenida Belgrano 4194. El caminante desprevenido puede pensar en un error al ver allí una construcción moderna, de formas rectas y mucho cemento armado a la vista, plantada en un terreno de 22 metros de frente por 106 metros de fondo. La única referencia que hace detener el paso es la leyenda que se lee en el cartel ubicado detrás de las rejas: Don Augusto. Residencia para Mayores. Es que en ese predio, donde actualmente funciona un centro geriátrico, vivió y murió Augusto Frin; allí estuvo ubicada la casa más linda del barrio durante muchos años, que todos llamaban simplemente “la casa de Frin”:

Casa de Frin (1)

Chalet con gato en los techos
rodeado de gran jardín,
veletas de cuatro rumbos,
tiene la casa de Frin.

En las noches de verano
perfumadas de jazmín,
fuente, farol y una estatua,
tiene la casa de Frin.

Dos portones barrotados,
cerco de color carmín,
entradas a los costados,
tiene la casa de Frin.

El hall estufa de mármol,
un escudo, un clarín,
pisos de roble que brillan,
tiene la casa de Frin.

Todo hecho con buen gusto
da sensación de fortín,
cortinados verde claro
tiene la casa de Frin.

Un ventanal que da al frente
levantado a balancín,
con cristales biselados,
tiene la casa de Frin.

Cuando niño te veía
como sueño de arlequín.
Castillo de cuento de hadas,
eras la casa de Frin.

Y así, con esa ilusión
como de un libro de cuentos,
pasé muy lindos momentos,
junto a la casa de Frin.

Pero llegó la piqueta
que a todo le pone fin,
y una lágrima inquieta,
mojó la casa de Frin.

Fue tal vez la despedida
de algo que de niño vi,
de grande fue mi homenaje,
para la casa de Frin

Natalio Farao, el autor de esta poesía, vivió durante su niñez en la avenida Belgrano 4040. Fue un poeta enamorado de su barrio, atravesado por el recuerdo de un paisaje que el progreso modificaba insensiblemente. Le cantó al primer cine, a la vieja iglesia, a su escuela, y también a la casa de Frin. Natalio conoció a Augusto, y consideró su vivienda digna de ser reflejada en una poesía. En ella describe cada rincón minuciosamente, convirtiéndose en un aliado inesperado del historiador.

“Castillo de cuento de hadas / eras la casa de Frin”. La vida de Augusto fue como un cuento de hadas, que transcurrió en aquel “castillo”. Unos años antes de su unión con Nélida, hacia 1918, en apenas diez años de actividad, Augusto ya estaba en condiciones de mudarse. Desde la humilde casa de Washington y Mitre hubo una breve estadía en la esquina de Barceló y Belgrano, y luego la mudanza definitiva a El Chiche, nombre que le había dado a la construcción. El chalet se destacaba por la teja francesa y los techos a varias aguas; y adentro (“estufa de mármol / un escudo, un clarín / pisos de roble que brillan”) todo el confort y el lujo del momento. Esta vivienda fue el indicador no sólo de su éxito económico, sino también del crecimiento de su fama y de la instalación definitiva de la leyenda.

Detrás de la casa había un amplio espacio verde, con pileta de natación y una glorieta tapizada de glicinas, debajo de la que Nélida gustaba tomar mate por las mañanas. Desde las ventanas que daban a Belgrano, podía verse la verja artística y el jardín, con “fuente, farol y estatua”, como recuerda Farao. Lo que no menciona el poeta es un detalle secundario, guardado por algún vecino memorioso, que si bien no conduce a confidencias asombrosas, agrega algo de color y permite conocer el humor pícaro de Augusto.

En el jardín, cerca de la verja, de modo de ser fácilmente observados desde la vereda, podían verse algunos enanitos de cemento pintado, muy de moda en ese momento. El inocente detalle escondía en realidad una broma por elevación, silenciosa y punzante. Pegado a la casa de Frin, había una zapatería atendida por el dueño, a quien la gente conocía como “el chivo”, por su larga barba blanca, a pesar de la incomodidad que este apodo le causaba a su dueño. Augusto y “el chivo” tuvieron una disputa por motivos que ya nadie recuerda. Y como parte de aquella batalla incruenta, Augusto rápidamente incorporó los mencionados enanitos en su jardín, cuyas largas barbas blancas aludían al ofendido vecino, causándole mayor disgusto.

Finalmente, en el fondo, a todo lo ancho del terreno, con asador y estaño incluido, se levantaba un quincho que Augusto había bautizado El Relincho. Ése era el lugar de encuentro de múltiples figuras, que llegaban atraídas por el magnetismo de los dueños. La fórmula era siempre la misma y exitosa. Augusto los atraía con sus videncias y sus yerbas. La enfermedad, ya se sabe, nunca respetó a pobres ni a ricos, y todos debían recurrir a don Augusto, hasta los más encumbrados. Pero una vez allí Nélida los retenía con su don de gente, sus propuestas de acción social y sus fiestas. La casa de Frin se fue convirtiendo en un lugar obligado de ricos y famosos. Por allí pasaron presidentes (Juan Domingo Perón, Arturo Frondizi), destacados políticos (Crisólogo Larralde, Aldo Ferrer, Ricardo Balbín) y artistas (Benito Quinquela Martín, Hamlet Lima Quintana); también obispos como monseñor de Andrea, deportistas como Juan Manuel Fangio, o destacados médicos, como el doctor Atilio Lavarello  o el doctor Carlos Casazza. Nélida era la anfitriona de los grandes asados, a los que no siempre concurría Augusto.

La anteúltima estrofa de la poesía de Farao responsabiliza a la piqueta, “que a todo pone fin”, de la destrucción de la casa, pero es necesario hurgar en los motivos que la pusieron en movimiento. Hacia 1956, la casa amplia y cómoda de otros tiempos  comenzó a quedar chica. Los sucesivos nietos que iban llegando eran la alegría de los Frin, pero ya no había lugar para las dos familias. Entonces se decidió realizar modificaciones en el chalet para ampliarlo, aunque sin que perdiera sus características de estilo.

Así las cosas, estando Augusto pasando una temporada de descanso en Navarro, su esposa recibió una propuesta para construir un nuevo chalet, para lo cual había que tirar abajo el actual. Nélida no dudó, y cuando Augusto volvió encontró la vivienda totalmente demolida y en marcha la nueva construcción. Pero el destino quiso que a los pocos días fuera cerrado el laboratorio, y aquel proyecto quedara suspendido para siempre. Nélida no vería la nueva vivienda, ya que moriría el 7 de noviembre de 1961.

La historia posterior es más conocida, y llega hasta el presente. En 1967 se inauguró la actual casa, construida por José, donde vivió Augusto sus últimos años, con su hijo, su nuera y sus nietos. La nueva construcción ocupa el lugar del viejo chalet, permaneciendo intacta la pileta de natación y la glorieta, que hoy lleva el nombre de "El callejón de Don Augusto".

Y el antiguo quincho, testigo de grandes encuentros, languidece guardando los pocos recuerdos materiales que se conservan de Augusto: cuadros, pergaminos de agradecimiento, algunas fotografías, y sobre el inalterable estaño, resiste al tiempo una décima que leían los visitantes al ingresar, y que tal vez sea una síntesis didáctica de esa solidaridad que su dueño siempre practicó:

No soy pura tradición
por brindar comodidades
pero los gauchos modales
los llevo en el corazón.
Siempre ofrezco mi fogón
generoso y sin medida
cuando se hace una comida
en este rancho El Relincho
sepan que de orgullo me hincho
al darles la bienvenida
“El Chiche”, nombre de la primera casa de Augusto Frin en Belgrano 4194, en Villa Domínico, demolida hacia 1960.


(1) Farao, Natalio. Juntos por el Barrio. Buenos Aires. Edición Particular. 2004. Pp. 36-37.
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