Augusto Frin - Pionero de Domínico - Juan Gimeno - 2006
El Yuyero de Domínico
La estadía en Santa Fe iba a ser breve. Con su rol de ciudad gubernamental y una población dedicada mayoritariamente a la actividad pública, asumía rasgos muy particulares. El escritor Enrique Banchs, que la visitara en 1910, dejo algunas apreciaciones críticas que reflejan cual era la mentalidad dominante, rescatadas por un historiador local: “Tiene este pueblo el ansia de la fortuna rápida, y como no existen industrias, ni artes en él, el ansia es mal sana. (...) Estamos a días del recambio de gobierno y la ciudad presenta un movimiento inusitado y una efervescencia general (...). Se trata de rendir la pleitesía de práctica y de asegurar el puesto” (1). Este no parecía ser el lugar donde Augusto deseaba desarrollarse, ya que al poco tiempo viajaría más al Sur, hasta Avellaneda, ciudad donde se aquerenciaría en forma definitiva. Su primer domicilio fue en la actual intersección de la avenida Mitre y la calle Washington, sobre la esquina NE; allí vivió en una casa de chapa y madera, ya completamente dedicado a brindar sus videncias en forma gratuita, y a preparar y comercializar sus fórmulas de yerbas medicinales.
Con respecto a la fecha de su llegada, si bien no se tiene información precisa, existen documentos que permiten al menos reducir bastante la incertidumbre. En los jardines de la que fuera su última vivienda, se encuentra una placa conmemorativa, en la que puede leerse: “Augusto S. Frin hace 50 años fundó en esta ciudad de Avellaneda la primera casa que en el país se dedicó a la industrialización de yerbas medicinales. Personal, amigos y colaboradores de Grandes Laboratorios y Herboristerías Frin celebra jubileo y bodas de oro. 10-3-1908 Avellaneda 10-3-1958”.
Estos datos permiten asegurar que su llegada no pudo ser posterior a marzo de 1908. Por otra parte, consultando la historia de la urbanización de Villa Domínico, se sabe que “entre 1907/8 la familia Domínico continuó con el fraccionamiento y venta de sus tierras, naciendo lo que se llamaría Villa Domínico Este y Villa Domínico Oeste, según su ubicación respecto del Camino Real” (2). Entendiendo que la esquina de Mitre y Washington pertenecía a Villa Domínico Este, Augusto no pudo habitar ese predio antes de 1907/8, ya que antes de esa fecha eran tierras pertenecientes a la estancia de Carlota Cristina Brodersen, viuda de Jorge Domínico desde 1882.
Entonces se puede afirmar que Augusto Frin llegó a Avellaneda en 1907, siendo uno de los primeros pobladores de Villa Domínico Este. En esos años, la localidad, que tres años antes había dejado de llamarse Barracas al Sud, era cada día menos gaucha y más suburbio de Buenos Aires. El censo de 1908 indicaba que vivían en Avellaneda 87.181 habitantes, contra sólo 18.574 en 1895 (3). La radicación de grandes establecimientos industriales, como los frigoríficos, la Compañía General de Fósforos, que ocupaba a cinco mil personas, o la fábrica de tejidos Campomar y Soulas, atraía a las corrientes inmigratorias que iban ocupando los nuevos loteos para conformar barrios mayoritariamente obreros, donde lo único abundante era la oferta de trabajo. Escaseaba el agua corriente, la iluminación, los servicios de bomberos y de salud, que los primeros fomentistas trataban de paliar organizándose comunitariamente.
Los testimonios sobre la actividad de Augusto en aquellos años son escasos, y llegaron hasta el presente a través del relato oral trasmitido de padres a hijos. Se lo recuerda recorriendo las zonas baldías en las inmediaciones de las vías del recientemente inaugurado tranvía a Quilmes (4), buscando plantas de difícil identificación e imprescindibles para el éxito de sus fórmulas, ya que no abundaban los mayoristas a quien comprárselas; también vendiéndolas en un pequeño puesto cercano al actual parque Los Derechos del Trabajador, donde se ubicaba el casco de la estancia de la familia Domínico.
Es interesante resaltar la cita que hace Raúl Fernández en su libro: “Doña Carlota, en su quinta habilita lo que podríamos llamar hoy una ‘sala de primeros auxilios’ que atendía gratuitamente a los pobladores aplicando sus conocimientos de enfermería, entregando los medicamentos que ella misma preparaba, con productos naturales como yuyos, hierbas y miel” (5). Carlota Domínico falleció el 18 de abril de 1919. Sería de gran interés poder averiguar la relación entre estos dos pioneros, teniendo en cuenta su condición de vecinos y las importantes actividades que tenían en común.
Un aspecto fuertemente enraizado entre la gente de Villa Domínico, es la influencia ejercida sobre Augusto por la mujer que convivió con él aquellos primeros años. Se repite como cosa comprobada, aunque resulte imposible de verificar, que durante su adolescencia habría conocido a “la india”, “la tucumana” o “la provinciana”, según qué versión se escuche; y que ella lo habría iniciado en los secretos de la herboristería indígena. Además, ella habría sido también vidente, y al morir, a poco de llegar con él a Avellaneda, le habría cedido sus poderes. Así, el nombre de La Provinciana que llevaban las yerbas sería un homenaje a aquella mujer. Esta leyenda, como toda buena leyenda, mezcla elementos ciertos con otros decididamente incomprobables, y es un buen ejemplo de cómo el pensamiento mágico influye muchas veces sobre la memoria colectiva de una comunidad.
Los rastros de la mujer que vivió con él en los primeros años en Villa Domínico se perdieron. Lo cierto es que rápidamente el nombre de Augusto comenzó a trascender los límites del barrio, ya que sus videncias asombraban por la precisión y la profundidad, a diferencia de tantos embaucadores cuya fama era efímera porque estaba basaba en engaños. Cada vez más gente quería conocer a “el hombre”, como lo llamaban muchos; o simplemente al “yuyero de Domínico”. Comenzó a circular la frase popular, utilizada para casos sin remedio, que decía: “Ni Frin con sus yuyos puede salvarte”, como indicativo de su prestigio; lo mismo que el bautismo de la parada del tranvía, en Mitre 4400, como “parada Frin”, donde diariamente bajaban cientos de personas.
Su método era simple y efectivo. El que lo visitaba debía darle el nombre y apellido de la persona por la que se consultaba. Inmediatamente Augusto hacía un pequeño silencio, entornaba los ojos y giraba levemente su cabeza hacia uno y otro lado, como para dar tiempo a que la videncia se llevara a cabo. Después de unos segundos, su voz seca y terminante comunicaba al visitante el diagnóstico; y recomendaba, según el caso, la ingestión de algún té de yerbas que él vendía o la consulta a un médico.
A medida que fue conocido en lugares más alejados, inauguró un sistema de consulta postal, por el cual debía enviarse en un sobre el nombre y apellido de la persona enferma y la suma de dos pesos. Al poco tiempo, el remitente recibía a vuelta de correo una pequeña caja con el diagnóstico requerido, los yuyos correspondientes y las recomendaciones necesarias.
Esta modalidad de consulta a distancia, que era tan efectiva como la visita personal del enfermo, da una idea de la extraordinaria capacidad parapsicológica de Augusto, ya que por correspondencia era imposible inferir un diagnóstico basándose en el aspecto del paciente, o en cualquier otro detalle observado, como suelen hacer los que se atribuyen poderes inexistentes.
Placa conmemorativa que confirma el inicio formal de la actividad de Augusto Frin en el año 1908. La misma se encuentra actualmente en el predio de Belgrano 4194, donde viviera el yuyero.
(1) Stoffel, Edgar G. La Inmigración Europea y su impacto sobre la vida religiosa y pastoral santafesina. Obtenido de: http://www.pampagringa.com.ar/Historiadores/Stoffel/inmigracion_stoffel.htm (25-3-2012).
(2) Fernández, Raúl. Villa Domínico, Breve Reseña Histórica. Villa Domínico. Edición Consejo Comunal Todos por Domínico. 1992. Pág. 8.
(3) Fernández Larrain, Federico. Historia del Partido de Avellaneda. 1580-1980. Avellaneda. Editorial La Ciudad. 1986. Pág.166.
(4) El tranvía fue inaugurado el 22 de enero de 1905 y a la altura de Villa Domínico hacía su recorrido por el centro de la avenida Mitre.
(5) Fernández, Raúl. Op. Cit. (1992). Pp. 9-10.