Enrique Marchesini, "Clarividente diplomado ”, por Juan Gimeno
Artículo publicado en E-BOLETÍN PSI (revista electrónica). V1N4. Enero 2007
Introducción
El papel de los sujetos altamente dotados dentro de la historia de la parapsicología argentina es breve y espasmódico. Hasta mediados del siglo XX, posaron su atención en ellos dos instituciones de corta vida y escasos frutos. La primera fue el Departamento de Psicología Paranormal, creado en 1931, en el ámbito de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires; y posteriormente, a partir de 1948, el Gabinete de Parapsicología, que funcionó como dependencia del Ministerio de Salud Pública de la Nación. Bajo la mirada entusiasta de científicos que habían abrevado en la metapsíquica europea, desfilaron los mejores clarividentes y telépatas del momento, aunque no se conocen informes publicados ni han quedado archivos donde consultar. Tal vez como única excepción se puedan mencionar el ejemplar trabajo de Orlando Canavesio sobre la “historia metapsíquica” de Eric C. Luck (1), y en menor medida el esfuerzo individual de Irma Maggi para escribir sus memorias (2).
Después de 1953, con la creación del Instituto Argentino de Parapsicología, la parapsicología argentina rompió amarras definitivamente con el estudio de casos y se internó en las aguas profundas del paradigma rhineano. Los pocos experimentos llevados a cabo fueron con personas comunes, flotando un inexplicable prurito que hacía a los investigadores alejarse cada vez más de los grandes dotados y de los trabajos de campo.
Antecedentes
Enrique Marchesini no constituyó la excepción en este panorama, aunque tiene el privilegio de haber sido el primer sujeto que actuó en experiencias con un carácter de seriedad científica en Argentina, por el año 1932. “Enrique Marchesini, de Córdoba, que describía los rasgos más característicos de cualquier persona desconocida para él, bastándole que dicha persona trazase una raya cualquiera con un lápiz sobre un papel, al mismo tiempo que recorría con uno de los dedos de la mano el trazo de lápiz, y previo un instante como de inspiración suscitado por la lectura de las estrofas de algunos versos que tenía escritos en una libreta” (3). Gorriti recuerda que esas experiencias se realizaron en el Hospicio de las Mercedes, en aquel momento el más importante hospital psiquiátrico del Estado, y estuvieron a cargo de su director, el Dr. Gonzalo Bosch, a pesar de que no utiliza más de un párrafo para describir lo producido. Lo mismo ocurría con Orlando Canavesio, en cuya tesis doctoral, dando un ejemplo de psicometría, describe: “Enrique Marchesini toma una prenda de vestir de una niña presente y dice: ‘La enfermedad de esta niña está en los bronquios; siento en mí a ese nivel sensación de espasmos, contrición’. Información a la cenestesia. La niña padecía de asma” (4).
Estas fuentes son las únicas confiables que se conocen sobre Marchesini. A partir de ellas, siempre es citado en cuanta revisión de la época se publique. Para mencionar sólo dos casos, en uno de ellos Parra dice: “Orlando Canavesio realizó experiencias notables sobre el clarividente cordobés Enrique Marchesini, los radiestesistas Valentín A King y Luis Acquavella, médico y colaborador de Canavesio, la señora Anne de Carrel (esposa del distinguido Premio Nobel Alexis Carrel) y junto a ellos Federico Poletti y Conrado Castiglione (apodado Nostradamus)” (5). Por otra parte Kreiman, refiriéndose al período 1930-1950, recuerda: “Existían en ese momento en el país algunos dotados interesantes, como Irma Maggi y Enrique Marchesini, notables clarividentes y telépatas con quienes se hacían experiencias al estilo de las realizadas por Geley con Ossowieki, en Europa” (6).
Un investigador argentino puso su mirada sagaz sobre la discordancia entre las cualidades parapsicológicas de Marchesini y la falta de información sobre su actividad: “En la Argentina hemos tenido a uno de los grandes psicometristas de todos los tiempos: Marchesini. Desgraciadamente, nadie se ha interesado en escribir un libro sobre Marchesini, de lo contrario se lo ubicaría al lado de Edgar Cayce, o tal vez más alto. Que yo sepa, Marchesini nunca falló en dar un diagnóstico preciso (...). Le bastaba tocar un objeto para saber lo que afectaba al dueño y recomendarle qué hacer” (7). Para tratar de saldar en parte la deuda que menciona Feola, teniendo en cuenta que Marchesini falleció hace apenas 31 años, se pudo viajar hasta la ciudad de Córdoba y entrevistar a dos personas que lo conocieron: quien fuera su amigo personal, Miguel Ángel Barrigó, nacido en 1923; y el médico Dr. Carlos Sueldo, sobrino de Marchesini, y quien conserva los pocos recuerdos materiales que quedan de él. También se logró contactar al doctor en química José Álvarez López, un divulgador heterodoxo de temas cercanos a la parapsicología, que conoció en su juventud a Marchesini y realizó con él algunas experiencias, mencionadas en un libro de reciente aparición que se cita más adelante.
De estas gestiones surgen los siguientes apuntes que, teniendo en cuenta la brevedad del espacio disponible, sólo pretenden hacer algo de luz sobre los momentos fundamentales de la vida de Enrique Marchesini, y transcribir algunos de los principales recuerdos de quienes lo frecuentaron.
Sus Primeros Años
Enrique Marchesini nació en Cosquín, provincia de Córdoba, el 8 de diciembre de 1906. Siendo niño sus padres lo llevaron a la ciudad de Córdoba, instalándose en la esquina de 24 de setiembre y Jacinto Ríos, en una casona hoy derrumbada. El factor genético no pudo ser corroborado, ya que ninguno de sus abuelos, padres, hermanos (tuvo cinco, mayores y menores que él) o sobrinos declararon haber protagonizado experiencias paranormales de ningún tipo. Por otra parte, Marchesini nunca se casó ni tuvo descendientes.
Durante su infancia y adolescencia fue un muchacho sano y alegre, y no se le conocieron problemas físicos ni psíquicos que lo aquejaran. Tampoco se pudieron constatar, a diferencia de otros grandes dotados, ninguna manifestación de efectos físicos espontáneos a su alrededor. Las primeras anécdotas que se recuerdan se produjeron durante un viaje a Europa que realizó con su padre, cuando tenía 12 años. Visitando una antigua iglesia en Italia, manifestó tener la sensación de haber estado ya en ese lugar; y ante la incredulidad de su padre descubrió, detrás de un mueble, una puerta oculta con un pasadizo vedado al turismo. Ya en el viaje de regreso, mientras descansaban junto a la baranda del barco, sin que mediara ningún motivo, anunció que había muerto su abuela paterna. El padre lo recriminó duramente, ya que en el momento de partir su madre estaba en perfecto estado de salud, lo que no impidió que el fallecimiento se confirmara al desembarcar en la Argentina.
Durante su juventud realizó diversos trabajos circunstanciales y también colaboró en un pequeño emprendimiento familiar que funcionaba en el fondo su casa, donde se fabricaban tintas y lacres. A diferencia de sus hermanos, no tenía expectativas económicas ni le interesaba particularmente el estudio, por lo que su madre debió luchar con perseverancia para que al menos terminara su colegio secundario. Había sido bautizado como católico, pero no demostraba especial fervor por la religión, tomándola más que nada como una costumbre familiar. Tampoco le interesaban las lecturas sobre ocultismo ni sobre ningún tema en particular.
Su vida transcurría por carriles cotidianos; y aquellos episodios aislados, que incluían la eventual adivinación de las calificaciones de sus compañeros de colegio, celosamente guardadas en las libretas de los profesores, los consideraba una particularidad únicamente propicia para generar juegos y bromas.
El Accidente Automovilístico
La verdadera explosión de sus capacidades se produjo luego de un accidente automovilístico, en 1929. En un viaje junto a sus dos hermanos varones, chocaron yendo hacia la localidad de Alta Gracia, siendo él el único herido. A raíz del golpe sufrió una subluxación de cervical baja, una compresión medular de la que quedó con una pequeña protuberancia y una leve inclinación de la cabeza hacia delante en forma permanente. A partir de entonces, aquellas conductas esporádicas se transformaron en habituales, pudiéndolas manejar casi a voluntad, y su vida comenzó a girar alrededor de su clarividencia.
Una de las primeras personas a quien le comentó sus nuevos talentos fue a su abuelo paterno, a quien apreciaba particularmente. Cuando lo rechazó tildándolo de embaucador, Enrique le describió sin errores el contenido de un baúl con trastos que su abuelo había traído de Italia, y del que sólo él tenía la llave. Quizá el primer diagnóstico lo haya realizado sobre su hermana Olga. Después del episodio del baúl, su abuelo lo desafió a que le dijera qué enfermedad tenía su hermana, ya que los médicos estaban desconcertados. Se acercó a ella, le tocó el vestido y declaró: “Lo que tiene es apendicitis, pero el apéndice está mal ubicado y por eso no se lo detectan”, afirmación que fue confirmada poco después.
Su fama rápidamente se extendió por toda la ciudad, debido a la exactitud de sus pronósticos. Sus proezas fueron muy difundidas en los diarios locales; como la aparición, gracias a él, de la llave de la bóveda del Banco Español, cuyo tesorero había perdido y sin la cual la institución no podía funcionar. También recibía pedidos por personas desaparecidas, y propuestas sospechosas o directamente relacionadas con acciones ilegales o inmorales.
Encuentro con Irma Maggi
Hacia 1932, Marchesini conoció a la persona que lo terminó de convencer de dedicarse profesionalmente a diagnosticar mediante la clarividencia. Había llegado a la biblioteca General Paz de su barrio la famosa psicómetra Irma Maggi para dar una conferencia y realizar demostraciones. Luego de pedir objetos personales de los presentes, al tomar en sus manos el anillo de Marchesini se sorprendió: “La persona dueña de este anillo tiene un poder superior al mío. Si no quiere darse a conocer ahora, puede hablar conmigo en privado más tarde”. Después de aquella charla íntima, de la que todo parapsicólogo quisiera haber sido testigo, tomó la determinación de realizar únicamente diagnósticos médicos, a los que se podía acceder reservando un turno, pagando el arancel correspondiente y llevando una prenda de la persona enferma.
Su metodología era simple y despojada de rituales. El consultante entraba al consultorio y le entregaba la prenda. Marchesini prefería que el enfermo no asistiera para no ser influido y para no tener que darle noticias graves, si ése hubiese sido el caso. Mientras tocaba la prenda posaba la vista en un pequeño libro, no para leerlo sino como pretexto para concentrarse unos segundos. Inmediatamente indicaba algunos datos generales sobre el dueño como para asegurarse de que estaba en el camino correcto, y luego comunicaba el diagnóstico solicitado, agregando algunas recomendaciones a seguir y el pronóstico de la enfermedad. Marchesini nunca recetaba y tampoco sugería nombres de médicos para realizar el tratamiento.
Un diploma para diagnosticar
De esta forma trabajó durante más de 40 años, sin ser molestado por las autoridades encargadas del contralor de la medicina oficial. En una de las paredes de su consultorio colgaba un diploma autorizándolo a realizar diagnósticos. Poco tiempo después de que comenzara a trabajar, ante denuncias por ejercicio ilegal de la medicina, se apersonó el presidente del Consejo Provincial de Higiene junto con dos funcionarios más, para clausurar el lugar. Marchesini se defendió comunicándole que él no recetaba ni realizaba ningún tipo de tratamiento, sino que sólo diagnosticaba sin necesidad de prestar atención a signos ni síntomas, casi siempre a distancia. Ante la incredulidad de los presentes, les ofreció ponerse a prueba adivinando el contenido de una carta que uno de ellos llevaba en el bolsillo interno de su saco, recibida por la mañana y aún no abierta, a lo que el presidente retrucó: “Señor Marchesini, si usted me dicta el contenido de esta carta, la abrimos aquí mismo y ambos textos coinciden, yo me comprometo a extenderle un certificado para que nadie más lo moleste”. Marchesini le tomó la palabra, y al cotejar ambas cartas se comprobó que eran idénticas hasta en puntos y comas.
Si bien había decidido realizar públicamente sólo diagnósticos, la prueba de leer cartas cerradas la solía practicar entre sus íntimos. Su habilidad como psicómetra también la ejercía cuando alguna persona especial dudaba de sus capacidades. Aún se recuerda lo ocurrido con un famoso pediatra cordobés, el Dr. Benito Soria. Encontrándose ambos charlando en una reunión, Marchesini le preguntó si creía en lo que él hacía, a lo que el médico le contestó que no. Entonces le pidió su reloj de bolsillo, lo tomó entre las manos y fue relatando la historia del objeto. Los datos fueron todos correctos, incluyendo uno que Soria había olvidado y debió consultar con su hermano para confirmarlo.
Marchesini tuvo muchos médicos amigos que venían a consultarlo ante casos difíciles. Uno de ellos, en agradecimiento a sus servicios, lo retribuyó con clases de anatomía que le dictó personalmente durante varios meses. Esos conocimientos le resultaron de gran valor, ya que si bien “veía” la zona enferma y sentía en su propio cuerpo las dolencias, muchas veces le resultaba difícil traducir en términos técnicos sus sensaciones.
Lamentablemente, no fueron muchas las oportunidades que encontró Marchesini de participar en experiencias suficientemente controladas, y las pocas que hubieron no pudieron ser publicadas con la extensión conveniente y en el ámbito adecuado. Su sobrino Carlos confiesa que varias veces lo tentó a realizar experiencias, pero siempre se encontró con la falta de voluntad de su tío. En cambio, el que parece haber tenido más suerte fue el Dr. José Álvarez López, que lo conoció hacia 1930, siendo ambos muy jóvenes. En una ocasión le propuso realizar una experiencia de precognición. Le entregó un objeto personal y Marchesini se encerró en su cuarto a solas. Al rato volvió con un sobre cerrado en cuya portada podía leerse: “José, abrir el 12 de abril a las 17 hs.”, fecha para la que faltaban algo más de dos semanas. A los pocos días debió viajar de improviso a Buenos Aires, y recordó llevar el sobre consigo. Llegada la fecha, una hora antes de lo indicado, ansioso, decidió comprar un diario y entrar en la confitería La Ideal, una de las más grandes y lujosas de la ciudad, que aún hoy permanece abierta, cerca de la esquina de Corrientes y Suipacha. A las 17 hs. en punto abrió el sobre y encontró un papel que decía: “José, en este momento estás en un enorme café en Buenos Aires” (8).
Marchesini siguió trabajando con la naturalidad de cualquier médico de barrio. Siempre en la misma casa, entregando una cantidad de turnos diarios por anticipado, y sin tentarse a construir alrededor suyo ninguna forma nueva de culto o institución. Claro que no era el caso de quienes lo consultaban, que lo elevaron a la categoría de santo popular. Su fama siguió creciendo, trascendiendo la provincia y hasta el país. Existen datos no suficientemente corroborados que señalan que Marchesini, antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, volvió a Europa, invitado por algunos líderes políticos del momento.
Los Últimos Tiempos
José María Feola sostiene que en sus últimos años había ido disminuyendo el tiempo dedicado a los pacientes, para formar un grupo privado de trabajo: “Según me contó [Marchesini], lo único que hacía entonces era reunirse con seis amigos (El Círculo de los Siete) y explorar nuevos fenómenos. Según él, se recostaba en un sofá, entraba en trance y levitaba en su posición horizontal. No pude convencerlo a que me invitara y nunca supe si habían tomado fotos” (9). Por otra parte Álvarez López aseguró haber sido uno de esos seis amigos, pero no pareció dispuesto, al menos por el momento, a revelar más detalles.
Inesperadamente, en diciembre de 1975, muy cerca del lugar en donde había ocurrido su primer accidente automovilístico, volvió a chocar y debió ser nuevamente hospitalizado. Había sufrido la fractura de una pierna y algunas costillas pero el pronóstico de su evolución era bueno. Pasó su cumpleaños internado sin contratiempos, pero después surgió una embolia inesperada por la que finalmente falleció, el 11 de diciembre.
Reflexiones Finales
La actuación pública de Marchesini (1933-1975) coincidió con el período de consolidación de la metodología basada en el estudio de sujetos comunes tratando de producir efectos significativos contra el azar, que debían confirmarse mediante refinados tests estadísticos. Se escribieron cientos de libros y miles de artículos, se descubrieron nuevos efectos de difícil replicación y cada 10 años, más o menos, surgió una nueva moda de experimentos que todos trataron de reproducir, para luego encerrar en el desván de los recuerdos. Mientras tanto Marchesini siguió siempre allí, en su casa de Córdoba, atendiendo decenas de personas cada día, con su clarividencia pura e inalterable a merced de quien quisiera conocerla.
Lo cierto es que tanto la medicina como la parapsicología lo ignoraron, y hoy es imposible escribir unas pocas páginas sobre su vida sin dejar de apelar a los siempre frágiles testimonios personales. Tal vez la evocación de otro investigador argentino sirva para reflexionar sobre esta engañosa contradicción: “Aplaudo y adhiero a todo lo que se ha hecho en parapsicología con métodos cuantitativos. Aplaudo y admiro los progresos logrados por la estadística aplicada a la investigación. Todos sabemos que la aceptación de la parapsicología por sectores escépticos hasta entonces se debe a la aplicación de esa metodología, que hoy tiene probada eficiencia, que ha dado y sigue dando frutos, paso a paso, como debe ser. Pero una cosa no excluye la otra. Precisamente el progreso obtenido nos otorga mayor libertad. Rehusarse a someter a prueba las alegadas condiciones de un ‘dotado profesional’ por prejuicio o temor a ser mal visto es como negarse a cavar en una presunta mina de oro por no ensuciarse la ropa” (10).
Referencias
1 Canavesio, Orlando. (1948). “Historia Metapsíquica” del metagnósico (clarividente-telépata) mister Eric Couternay Luck.Revista Médica de Metapsíquica. 2. Pag. 13-52.
2 Maggi, Irma. (1964). Meditación, Silencio, Luz. Buenos Aires.
3 Gorriti, Fernando. (1932). Las Fuerzas Metapsíquicas. Buenos Aires. Urania. Pag. 18.
4 Canavesio, Orlando. (1951). Electroencefalograma en los Estados Metapsíquicos. (Tesis Doctoral). Facultad de Medicina. Universidad de Córdoba.
5 Parra, Alejandro. (1993). Historia de la Parapsicología en la Argentina. Ediciones Monográficas Argentinas. Buenos Aires. Pag. 35.
6 Kreiman, Naum. (1999). Manual de Procedimientos Experimentales y Estadísticos en Parapsicología. Editorial Texto Plus. Buenos Aires. Pag. 21.
7 Feola. José María. (1998). Comentarios y Sugestiones. Cuadernos de Parapsicología. Noviembre de 1998 (Edición especial). Pag. 7.
8 Álvarez López, José. (1995). Avances en Yoga. Buenos Aires. Kier. Pag. 162–163.
9 Feola. José María. (1998). Comentarios y Sugestiones. Cuadernos de Parapsicología. Noviembre de 1998 (Edición especial). Pag. 7.
10 Di Liscia, Julio. (1981). Llamado a Rescatar a dos Antiguos Aliados: Investigaciones con Dotados Profesionales y Encuestas de Casos Espontáneos. Actas Primeras Jornadas Argentinas de Parapsicología. Pag. 46-47.