Entrevista a Julio Requena - 2006
. . . las "curas" efectuadas por Marchesini provenían de la exactitud de sus diagnósticos, no de terapias verbales o de imposición energética. Por aquella época la medicina oficial aún no había avanzado lo suficiente en su aparatología -la actual tecnomedicina- como para dar diagnósticos correctos, y de ahí que la perspicacia (psicometría) de Enrique supliera esta carencia.En nuetro primer encuentro, y al referirse a mi estado de ánimo se tomó la paciencia de "psicoanalizarme" un poco, estimulándome a que no fuera pesimista (telarañas mentales) debido a que yo aún era demasiado joven como para incubar ideas trágicas. Además, me dijo que debido a mi extremada sensibilidad lírica, y a mi inextinguible capacidad de asombro, yo era "un niño eterno". Esta última calificación siempre me llamó la atención, y no es difícil que debido a esa concepción asombrativa que tengo de la vida Enrique me brindara su amistad consejera.Cuando me hablaba de la lepra, lo hacía con entusiasmo, casi como una revelación. La curación de ella provenía de medicamentos químicos hallados por él. Tampoco aquí era una terapia basada en sugestión o predominio de la palabra.En cuanto a su "don" visionario me dijo que le había sobrevenido en su infancia, cuando se golpeó la cabeza y al despertar ya tenía esa capacidad de penetrar en la mente del otro. Es curioso: no es la primera vez que este golpe en la cabeza parece ser el disparador de la fenomenología paranormal, según he leído en otros casos similares al de Marchesini. También tenía predicha su muerte, la que vaticinó como otro accidente provocado por un automóvil. Y así fue: parece que el accidente se produjo de regreso de Alta Gracia a Córdoba, aunque no pereció instantáneamente sino que su muerte ocurrió en un hospital de aquí. Esto era lo que más impresionó a mi sensibilidad imaginativa.Un ortopedista, gran amigo de Marchesini, me contó cómo él le hizo cambiar súbitamente su carrera universitaria. Fue así: Este amigo conducía su auto por la Av. General Paz, y al llegar al cruce con Av. Colón, se encontró con otro auto pegado al suyo. De pronto, mientras esperaban el paso del semáforo, Marchesini bajó la ventanilla y le espetó: "Usted se ha equivocado con su carrera, estudie Ortopedia para bien de los chicos". Tan insólito le pareció lo ocurrido, que lo tomó como un loco. Sin embargo, se puso a meditar y se dio cuenta de que tenía razón, de que a él siempre le habían gustado los chicos, y que si trabajaba para ellos podía cumplir con su vocación de servirles. Así fue que no sólo se recibió de ortopedista, sino que se volvió un inventor de aparatos, muchos de ellos reconocidos hoy a nivel mundial.El "Instituto de Investigaciones Parapsicológicas de Córdoba"nació en 1965. Tengo un único programa ("Curso de 1965") donde se dictaron 14 bolillas. Debajo del programa, se lee: "Las clases se iniciarán el martes 4 de mayo de 1965 a las 21 en el Salón de Conferencias GEIGY, Av. Colón 296, 2do. piso".El Consejo Directivo estaba integrado así: "Presidente: Dr. Julio Rodríguez Leguizamón; Secretario General: Dr. Roberto Yudosky; Secretario de Investigaciones: Dr. José Alvarez López; Secretario de Hacienda: Profesor Julio Requena; Secretario de Cultura: Dr. José Vicente Torres. Todos ellos dieron alguna conferencia. Yo lo hice con el tema: "Poesía y Parapsicología". Fue una época preñada de fervores en lo “Desconocido Mental”, donde inclusive se dieron fenómenos de diagnosticadores y/o curadores como Jaime Press, quien fuera encarcelado por ejercicio ilegal de la medicina y cuya defensa la realizó el Dr. José Vicente Torres (abogado).Lástima -vuelvo a reiterarlo- que mi memoria es muy críptica: apenas si conservo algún perfume de todo aquello, y quizá la razón se deba a mi extremada descreencia en lo que dicen los hombres, y de ahí que siempre haya sido un iconoclasta de los valores sociales. Al creer exclusivamente en el Eterno Presente, mi desmemoria se niega al recuerdo histórico por juzgarlo inútil y envejecedor.Conocí a Marchesini de cerca, esto es, como amigos, ya que a pesar de mi juventud cuando lo frecuenté (entre los 19 y 20 años), esto no fue un impedimento para que él me abriera su mente y contestara algunas de mis ávidas preguntas, propias de la curiosidad y de la perplejidad que provocan los fenómenos paranormales.Él fue quien intervino en mi vida de manera fundamental, ya que gracias a sus consejos de que cambiara mi régimen casi exclusivamente cárneo por otro vegetariano pude mantener a raya mi psoriasis, pese a la resistencia que yo opuse para este cambio. Con el tiempo, y merced a una muy larga y perseverante paciencia de ir probando alimento por alimento, logré curarme de esa patología que la medicina ortodoxa aún sigue combatiendo sin mayores resultados. Pero no solamente eso: mi carácter un tanto melancólico y sombrío, se vio beneficiado con total resurrección de lo luminoso y entusiástico. De modo que hasta el día de hoy, en que procuro alimentarme con un régimen carpófago (frutas), puede decirse que Enrique Marchesini está presente en esa transmutación que realicé por imperio de un indomitable autonocimiento dietético.Conocí a Enrique, siendo muy joven. Recuerdo que su aspecto físico me desilusionó un tanto respecto de la imagen que yo me formé de él a través de los demás, quienes exaltaban su don de lector de enfermedades. Me lo había imaginado como un mitológico dios, capaz de penetrar con su psicometría las entrañas de lo desconocido, tal como los augures de la antigüedad. Pero este idealismo mío quedó confundido por su presencia: más bien bajo, casi completamente calvo, bastante robusto y hasta casi vulgar, es decir, un ser que se mimetizaba con cualquiera de la multitud. Fuera de eso, sin embargo, me esperaba la sorpresa de su potente e infalible poder de penetración psicomental. Antes de aconsejarme que hiciera el cambio de régimen alimenticio, adivinó (en el mejor sentido de la palabra) que yo era un suicida en potencia (y estaba en lo cierto porque mi psoriasis, que cubría mi rostro, me inducía a esa depresión deplorable). Por eso comenzó con voz persuasiva a "limpiarme" la mente de las telarañas de lo trágico, y luego mencionó que la psoriasis provenía de mi carnivorismo hereditario (mi padre era vendedor de productos del frigorífico Armour), por lo que me convenía efectuar una enérgica depuración sanguínea. Así fue que gracias a su intervención regresé a mi casa (vivía en Río Cuarto) y comencé a mejorar visiblemente mediante la "alquimia" coquinaria.Visité a Enrique dos o tres veces más, a instancias de su pedido, porque realmente yo le había caído simpático (omití que también había acertado al darse cuenta de que yo escribía poesías), y en esas ocasiones hablamos de muchos temas, entre los cuales sobresalió uno que siempre lo tengo en mente: me habló de que él había encontrado cómo curar la lepra. Esta enfermedad, no sé si por aquel entonces tenía cura, pero a Enrique le gustaba volver siempre al tema, como si se jactara de tal descubrimiento. Seguramente tocamos en la conversación otras cuestiones importantes, pero mi memoria se niega a revelarlas, por lo que mi aporte sobre Enrique es muy pobre, salvo quizá esa cura de la lepra que no he visto la hayan mencionado otros. A propósito de esto, escasos han sido los artículos sobre Marchesini, y el Dr. José Alvarez López, en una nota panegírica que hizo sobre él, se quejó de que Marchesini no hubiera sido investigado científicamente por sus contemporáneos (la nota apareció en "La Voz del Interior").Con el tiempo, aquí y allá leía algo sobre él, y sé que aún existe un pariente suyo, aquí, y por añadidura médico, que se preocupaban en difundir un Marchesini digno de su psicometría, y no la figura ambigua de cualquier persona a quien Enrique le había anunciado qué mal tenía y que luego publicaba en "Cartas del Lector" su agradecimiento.Recuerdo otra intervención de Marchesini. A la misma había asistido también el folclorista Atahualpa Yupanqui, quien medio en solfa puso en duda la psicometría de Enrique, éste aceptó el desafío y le pidió a "Don Ata" que eligiera un libro cualquiera de la colección que tenía el Dr. Figueroa en su biblioteca. Cuando le entregó el libro, Enrique puso una mano encima de la tapa y comenzó a leer la primera hoja como si la estuviese viendo de verdad. Ante el estupor y la desconfianza del folclorista, éste reconoció, al leer esa página, que la lectura hecha era correcta. Pero no acabó allí el encuentro. Marchesini, con voz admonitoria, le dijo que él, don Ata, era una "mala persona"... Todos nos quedamos asombrados de esta expresión, y el folclorista mismo enmudeció sin saber qué contestarle. Aún tengo en mis oídos esa frase: "Usted es una mala persona". Vaya a saber el destino a qué se refirió realmente Enrique cuando la pronunció . . .
Requena, Julio - Ficha técnica