El misterio de madame Carrel - Parapsicología de Investigación

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EL MISTERIO DE MADAME CARREL. Jorge Camarasa


 
Anne de la Motte pudo haber sido el personaje de una novela de Thomas Mann, pero fue sólo una de esas personas misteriosas y fascinantes que vivieron en las Sierras de Córdoba.

Anne de la Motte pudo haber sido el personaje de una novela de Thomas Mann, pero fue sólo una de esas personas misteriosas y fascinantes que vivieron en las Sierras de Córdoba.

Llegó a La Cumbrecita en 1954, cuando el pueblo aún no era el pueblo, y no salió de allí hasta los primeros días de 1968, cuando fue a morir a un hogar de ancianos de Villa General Belgrano. Tenía 91 años, había enterrado dos maridos y poseía un don inexplicable: era psíquica, “miraba” a través de sus manos y diagnosticaba enfermedades viendo el aura de las personas.

También era médica. Una de las primeras en recibirse en París, donde había nacido en 1877 y donde había cursado la universidad vestida de varón, porque en esos años la medicina no era asunto de mujeres.

Bella, mundana, en 1910 un acto de fe le había cambiado la vida: había sido testigo de una curación súbita en el santuario de Lourdes, cuando un chico de dos años que tenía en brazos, ciego de nacimiento, había recuperado la vista. ¿Milagro? Tal vez. En todo caso, ella, hasta entonces atea, positivista y racional, se convertiría en una católica ferviente y en una religiosa laica.

Aquel día en Lourdes, además, conocería a Alexis Carrel, un cirujano que dos años después obtendría el Premio Nobel, y en 1913 acabarían casándose.

Entre Francia y EE.UU. La pareja transcurrió la Primera Guerra Mundial (1914-1918) atendiendo soldados en hospitales del frente, por lo que fue condecorada y luego viajó a los Estados Unidos, donde Carrel trabajó como médico en el Instituto Rockefeller.

Fueron, hasta fines de la década de 1930, años de idas y vueltas entre Francia y América. Ella experimentaba con péndulos y probaba ejercicios de percepción extrasensorial y los dos militaban en grupos católicos de ultraderecha.

En los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya estaban de regreso en París, Alexis Carrel fue procesado por colaboracionista y murió en 1944 mientras era enjuiciado.

En La Cumbrecita. Fue entonces que madame Carrel vino a la Argentina. Los primeros años los pasó en Buenos Aires. Fue enfermera voluntaria en el Hospital Fernández y una de las fundadoras del Servicio Sacerdotal de Urgencia.

Y en 1954, quizá harta de todo y con tanta vida a cuestas, recaló en La Cumbrecita.

Son pocos, ya, quienes la recuerdan allí. La mayoría tiene imágenes borrosas de esa mujer alta y elegante, de pelo blanco y luto riguroso, paseando por el pueblo adornada con medallas de guerra y sombrero de ala ancha. Vivía en el primer piso del hotel La Cumbrecita, rodeada de libros y, de tanto en tanto, recibía a sus pacientes: venían desde Buenos Aires, Rosario o Córdoba. Eran desahuciados e incurables en busca de sus sanaciones por el aura y el péndulo.

Dicen que en su habitación tenía una máquina extraña que, cuando el paciente la tocaba, activaba un péndulo que marcaba qué mineral faltaba en su organismo. También dicen que “radiografiaba” apoyando sus manos en los enfermos y que diagnosticaba cerrando los ojos. Quién sabe. Madame Carrel, enigmática y esquiva, fue uno de los tantos personajes que encontraron su refugio y escondieron su misterio en la soledad de las Sierras. El jueves pasado, se cumplieron 43 años de su muerte. Una vieja cruz de madera en el cementerio de La Cumbrecita es lo último que queda de ella.

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