Augusto Frin - Pionero de Domínico - Juan Gimeno - 2006
Un Tango para Don Augusto
Casi simultáneamente con el nacimiento de Augusto Frin, aparece en Buenos Aires una nueva música para bailar, el tango, en una ciudad que concentraba la mitad de la población total de la Argentina. Inicialmente, el tango fue interpretado por modestos grupos que se acompañaban con violín, guitarra y flauta, esta última reemplazada por el mítico bandoneón hacia el 1900.
Avellaneda, como suburbio de Buenos Aires, no fue ajena a este nuevo ritmo. Augusto, junto a otros pioneros, debe haber visitado alguno de los tantos recintos en que se bailaba el tango en su localidad, ya que, como recuerda Norberto Folino en su libro: “Mientras un adolescente Gardel cantaba en la asociación Los Pampeanos los temas de Mi Moro o Un Pingo Pangaré con un Razzano ya famoso, otros cafés de tango, el bar Tropezón (avenida Mitre 1500) y el café de Ferro (avenida Mitre 1200) conocieron la iniciación del bandoneonista Carlos Marcucci, el pibe de Wilde, quien actuó allí en la década del 10, en un trío que también integraban Raimundo Orsi (el futbolista) y Riverol, después famoso guitarrista de Gardel” (1).
Después de la Primera Guerra Mundial nace el tango-canción, en el que las letras dejan de ser un simple pretexto para poder bailar la melodía. Surge la poesía del tango y sus grandes argumentos: el amor contrariado y la nostalgia por una ciudad que crece aceleradamente; pero también queda lugar para los tangos dedicados a personajes célebres o populares, como por ejemploLeguizamo Solo, de Modesto Hugo Papavero, para al conocido jockey; o el tango Barceló, de Pablo Laise, en honor al caudillo conservador, utilizado en las campañas electorales a partir de la década del 30. Augusto Frin también tuvo su tango, titulado El Provinciano, firmado por Alfredo Bigeschi y Atilio Cuneo.
Poco se sabe de Atilio Cuneo (2), pero Alfredo Bigeschi, nacido en Italia el 12 de diciembre de 1908, llegó en 1920 a la Argentina, recalando en la Isla Maciel, junto a otros inmigrantes, aventureros, obreros portuarios y de la construcción. Al poco tiempo se instaló definitivamente en el barrio de la Boca. Comenzó escribiendo para comparsas carnavalescas de su barrio, y en 1924 escribió elTango Argentino, que grabara Gardel ese mismo año. “Desde su primer título: Tenorios de mi barrio hasta el último Aquí parado en la esquina, sumó unos 260 títulos registrados y muchos desperdigados”, comenta José María Otero (3).
Seguramente uno de los tangos desperdigados es el dedicado a Augusto Frin, ya que si bien no figura como registrado en S.A.D.A.I.C., la partitura fue publicada por Ediciones Musicales José Schnaider, presumiblemente hacia 1924. Junto al título del tango puede leerse: “Dedicado afectuosamente al Dr. Augusto Frin”. La frase indica que los autores conocían personalmente a Augusto, y posiblemente el tango fuese una forma de retribuir algún diagnóstico oportuno o curación asombrosa mediante sus yerbas. El título de “doctor” que precede a su nombre debe entenderse como una forma exagerada de homenaje, el mismo que todavía hoy expresan los vecinos de Villa Domínico al referirse a Augusto, llamándolo alternativamente “señor” o “doctor”. El nombre del tango alude a la procedencia del homenajeado, aunque puede haber una intención indirecta de referirse a la marca comercial de las yerbas.
Este tango se hace eco del cariño y la admiración que la gente le profesaba, difundiendo y agrandando involuntariamente sus capacidades, y también en muchos casos elevándolo a la categoría de santo popular, que él con su discreción no promovía ni aceptaba. La melodía de El Provinciano se define como un tango-canción, y está compuesta para piano, violín y bandoneón; mientras que su letra, con rima simple y métrica libre, expresa sin apelar a refinados recursos literarios, lo siguiente:
EL PROVINCIANO
Vos sos un nuevo astro, sos el del siglo veinte
Vos sos el súper hombre que todo lo podés
Sos una maravilla, un genio sorprendente
Y en tu cerebro vive un mágico poder
Con tu sabiduría a todos los curaste
Con esos infalibles remedios que juntás
Y sos tan admirado que se oye en cualquier parte
Tu nombre como algo que es sobre natural
Vos sos el súper hombre que todo lo podés
Sos una maravilla, un genio sorprendente
Y en tu cerebro vive un mágico poder
Con tu sabiduría a todos los curaste
Con esos infalibles remedios que juntás
Y sos tan admirado que se oye en cualquier parte
Tu nombre como algo que es sobre natural
SEGUNDA PARTE
Te admiro, por eso te canto
Los versos que salen de mi alma
Te admiro, por eso te canto
Y en mi canción envío
A tu gloria una palma
Sos un hombre noble y humano
Amigo de todos los pobres
Sos un hombre noble y humano
Siempre tiesa tu mano
Al que la precisó
Los versos que salen de mi alma
Te admiro, por eso te canto
Y en mi canción envío
A tu gloria una palma
Sos un hombre noble y humano
Amigo de todos los pobres
Sos un hombre noble y humano
Siempre tiesa tu mano
Al que la precisó
Si se entiende la labor del autor como un espejo en donde se ve reflejada la opinión y los sentimientos de mucha gente, este tango es un documento valioso que confirma lo ya demostrado por el ingeniero José Fernández, pero en este caso expresado a través de la música popular.
La primera estrofa está dedicada a su videncia, utilizando palabras que no dejan lugar a dudas: “astro”, “súper hombre”, “maravilla”, “genio”. Estos adjetivos son el mejor indicador de la fama de la que gozaba Augusto. La segunda estrofa acentúa el carácter curativo de sus yerbas medicinales, afirmación que también corroborara el ingeniero Fernández en su experiencia.
En la segunda parte de El Provinciano se puede encontrar un elemento novedoso, que se refiere a la calidad moral de Augusto. El autor justifica su admiración también porque es “un hombre noble y humano / amigo de todos los pobres”, versos que debieron inspirarse no sólo en la gratuidad de sus consultas, sino en el interés demostrado por los dolores y preocupaciones de sus visitantes, y también por algún aporte de dinero circunstancial cuando el caso lo merecía.
Corría el año 1924. Augusto Frin tenía cuarenta años y había cumplido con casi todos sus sueños. Podía utilizar sus capacidades paranormales para el bien de sus congéneres y sus yerbas ocupaban el vacío que la farmacopea oficial no podía llenar. Era célebre y también había hecho fortuna, por lo que pudo abandonar la casa de Mitre y Washington y construir el chalet ubicado en la calle Belgrano 4194. Y como seguían aumentando los ingresos, decidió invertir en propiedades y terrenos, llegando a ser el primer contribuyente de la Municipalidad de Avellaneda.
La única preocupación que empañaba su tarea era alguna denuncia por ejercicio ilegal de la medicina, que duraba hasta poder comprobar que sólo vendía las yerbas, y que al ser los diagnósticos gratuitos, no violaba ninguna ley. Este inconveniente fue desapareciendo a medida que las autoridades policiales y judiciales conocieron su método o necesitaron de sus servicios.
Su vida parecía perfecta, al menos si se la miraba desde cierta distancia, ya que en su intimidad no era feliz. Estaba solo desde el fallecimiento de su primera esposa, ya hacía más de 10 años. Las tareas en el nuevo chalet eran cada vez mayores: ordenar los turnos de quienes venían a consultarlo; organizar la mezcla, fraccionamiento y venta de las yerbas medicinales; responder las cartas con las consultas hechas a distancia; sin tener en cuenta los cuidados de su hijo, que entonces ya tenía 17 años.
Buscando colaboración, Augusto había contratado una secretaria, llamada Nélida Ginocchio, vecina de él. Bella, inteligente y ambiciosa, pronto aprendió a romper el cerco que la parquedad de él levantaba a su alrededor. Rápidamente simpatizaron, fueron amigos y compartieron momentos de alegría e intimidad. Augusto parecía haber encontrado el complemento ideal para su actividad.
Hasta que una mañana, aquella muchachita de 19 años, que podía ser su hija pero no lo era, llegó a la hora de costumbre al chalet, pero esa vez lo hizo con dos valijas repletas. Golpeó la puerta de la oficina, y cuando Augusto le abrió, le dijo sin dudar: “Vengo a quedarme”. A lo que él contestó: “Bueno, quédese m’hijita”.
(1) Folino, Norberto. Barceló y Ruggierito, Patrones de Avellaneda. Buenos Aires.Editorial Centro Editor de América Latina. 1971. Pág. 16.
(2) Atilio Marcos Cuneo tiene registrados en S.A.D.A.I.C. sólo dos temas: Vals para Meditar y El Reflejo
(3) Otero, José M. Biografía de Alfredo Bigeschi. Obtenido de: http://www.todotango.com/spanish/creadores/abigeschi.asp (25-3-2012).